La
conquista de América
12
de octubre. Día del Descubrimiento. En 1492, los nativos descubrieron que eran
indios, descubrieron que vivían en América, descubrieron que estaban desnudos,
descubrieron que existía el pecado, descubrieron que debían obediencia a un rey
y a una reina de otro mundo y a un dios de otro cielo, y que ese dios había
inventado la culpa y el vestido y había mandado que fuera quemado vivo quien
adorara al sol y a la luna y a la tierra y a la lluvia que la moja. Eduardo Galeano
Eduardo Galeano en su
obra Las Venas Abiertas de América Latina, basándose en estudios anteriores, estima la población indígena del continente
Americano en unos 70 millones, siendo estos diezmados a lo largo de la conquista,
en aras del beneficio económico de las potencias colonialistas europeas.
Los indios de las Américas sumaban
no menos de setenta millones, y quizá más, cuando los conquistadores
extranjeros aparecieron en el horizonte; un siglo y medio después se habían
reducido, en total, a sólo tres millones y medio.[1]
Usados como mano de
obra esclava la mayoría de las veces, siendo inhumanamente explotados junto con los negros esclavos del África, ambos conformaron una amplia fuerza de trabajo.
La plata y el oro de América
penetraron como un ácido corrosivo, al decir de Engels, por todos los poros de
la sociedad feudal moribunda en Europa, y al servicio del naciente
mercantilismo capitalista los empresarios mineros convirtieron a los indígenas
y a los esclavos negros en un numerosísimo «proletariado externo» de la
economía europea(…) La economía colonial latinoamericana dispuso de la mayor
concentración de fuerza de trabajo hasta entonces conocida, para hacer posible
la mayor concentración de riqueza de que jamás haya dispuesto civilización
alguna en la historia mundial.[2]
Y con su sangre,
miserias y muertes se enriquecían las
potencias coloniales.
En tres centurias, el cerro rico de
Potosí quemó, según Josiah Conder, ocho millones de vidas. Los indios eran
arrancados de las comunidades agrícolas y arriados, junto con sus mujeres y sus
hijos, rumbo al cerro(…)Según el marqués de Barinas, entre Lima y Paita, donde
habían vivido más de dos millones de indios, no quedaban más que cuatro mil
familias indígenas en 1685.El arzobispo Liñán y Cisneros negaba el
aniquilamiento de los indios: «Es que se ocultan –decía– para no pagar
tributos, abusando de la libertad de que gozan y que no tenían en la época de
los incas».[3]
Siempre se ha dicho que, históricamente la encarnación del rol genocida recayó sobre el imperio británico,
mientras que el imperio español profesaba la conmiseración con los nativos
americanos.
Pero la hipocresía de la Corona
tenía menos límites que el Imperio: la Corona recibía una quinta parte del
valor de los metales que arrancaban sus súbditos en toda la extensión del Nuevo
Mundo hispánico, además de otros impuestos (…) Manaba sin cesar el metal de las
vetas americanas, y de la corte española llegaban, también sin cesar,
ordenanzas que otorgaban una protección de papel y una dignidad de tinta a los
indígenas, cuyo trabajo extenuante sustentaba al reino. La ficción de la
legalidad amparaba al indio; la explotación de la realidad lo desangraba.[4]
¿Hubo genocidio o no? ¿Fue
deliberado o impensado? En los hechos se
encuentra la verdad.
La
memoria Azteca y Maya
Interesante es leer las
crónicas indígenas sobre la conquista y lo que supuso para ellos como civilización
ya establecida. Empezando con las crónicas aztecas, las cuales transmiten una trágica
percepción de su destino como pueblo conquistado.
Vosotros dijisteis que nosotros no
conocemos al señor del cerca y del junto, a aquel de quien son los cielos y la
tierra. Dijisteis que no eran verdaderos nuestros dioses. Nueva palabra es esta,
La que habláis, por ella estamos perturbados, por ella estamos molestos. Porque
nuestros progenitores, los que han sido, los que han vivido sobre la tierra, no
solían hablar así.[5]
El pueblo azteca se reconocía
en su visión cósmica como un pueblo guerrero, elegido por el dios de la guerra,
invencibles, por lo tanto el verse conquistados, supone no solo una tragedia,
sino la configuración de un trauma que, inexorablemente dejaría una marca en el
alma del pueblo Azteca.
Es ya bastante que hayamos perdido,
que se nos haya quitado, que se nos haya impedido nuestro gobierno. Si en el
mismo lugar permanecemos, solo seremos prisioneros... déjennos pues ya morir,
déjennos ya perecer, puesto que a nuestros dioses han muerto.[6]
Las crónicas mayas se
caracterizan por juicios condenatorios, conscientes de que la conquista
significó un cambio violento y total de ver y entender el mundo.
Entonces todo era bueno y entonces
(los dioses) fueron abatidos. Había en ellos sabiduría. No había entonces
pecado… no había entonces enfermedad, no había dolor de huesos, no había fiebre
para ellos, no había viruelas… Rectamente erguido iba su cuerpo entonces. No fue
así lo que hicieron los dzules cuando llegaron aquí. Ellos enseñaron el miedo,
vinieron a marchitar las flores. Para que su flor viviese, dañaron y sorbieron
la flor de nosotros.[7]
Los mayas saben que no
hay lugar para sus dioses, saben que se les ha impuesto un nuevo dios, y sin
embargo, llama la atención la claridad con la que ven y son conscientes de la contradicción
entre el comportamiento y lo que les predican los cristianos europeos.
¡Castrar al sol! Eso vinieron a
hacer aquí los dzules… Nos cristianizaron, pero nos hacen pasar de unos a otros
como animales. Dios esta ofendido de los chupadores.[8]
No hay comentarios:
Publicar un comentario