miércoles, 21 de enero de 2015

Cuatro poemas para Stalin

Cuatro poemas para Stalin (Miguel Hernandez, Rafael Alberti, Nicolas Guillén y Pablo Neruda) Que mejor homenaje a Stalin que los poemas de cuatro poetas universales que homenajearon su ejemplo, su esfuerzo, y su dirección, como líder de los pueblos soviéticos en la construcción del estado de los trabajadores y en la victoria contra el fascismo, como teórico del marxismo-leninismo y maestro de la dialéctica, adaptando la obra de sus antecesores a las nuevas circunstancias históricas y, sobre todo, como mito que incluso despues de muerto sigue dando terror a los explotadores de todo el mundo, que saben bien que si los trabajadores del mundo siguieran el camino marcado por el hombre de acero sus privilegios y su dominio serían de nuevo apisonados por la más poderosa arma contra el sistema de dominación de unos pocos sobre la mayoría que existe: la unión de la clase obrera.   Miguel Hernández, Nicolás Guillén, Rafael Alberti y Pablo Neruda cantaron esa unión de la fuerza, y determinación, incorruptibilidad, organización, humildad, indignación  y sensibilidad que caracterizan a un comunista; y Stalin era y sigue siendo hoy, sin duda, tanto por su persona como por todo lo que se construyó en su época con su participación y dirección, y a pesar de las infinitas mentiras, calumnias y odio vertidos contra él, uno de los mejores ejemplos: Rusia de Miguel Hernandez En trenes poseídos de una pasión errante por el carbón y el hierro que los provoca y mueve, y en tensos aeroplanos de plumaje tajante recorro la nación del trabajo y la nieve. De la extensión de Rusia, de sus tiernas ventanas, sale una voz profunda de máquinas y manos, que indica entre mujeres: Aquí están tus hermanas, y prorrumpe entre hombres: Estos son tus hermanos. Basta mirar: se cubre de verdad la mirada. Basta escuchar: retumba la sangre en las orejas. De cada aliento sale la ardiente bocanada de tantos corazones unidos por parejas. Ah, compañero Stalin: de un pueblo de mendigos has hecho un pueblo de hombres que sacuden la frente, y la cárcel ahuyentan, y prodigan los trigos, como a un inmenso esfuerzo le cabe: inmensamente. De unos hombres que apenas a vivir se atrevían con la boca amarrada y el sueño esclavizado: de unos cuerpos que andaban, vacilaban, crujían, una masa de férreo volumen has forjado. Has forjado una especie de mineral sencillo, que observa la conducta del metal más valioso, perfecciona el motor, y señala el martillo, la hélice, la salud, con un dedo orgulloso. Polvo para los zares, los reales bandidos: Rusia nevada de hambre, dolor y cautiverios. Ayer sus hijos iban a la muerte vencidos, hoy proclaman la vida y hunden los cementerios. Ayer iban sus ríos derritiendo los hielos, quemados por la sangre de los trabajadores. Hoy descubren industrias, maquinarias, anhelos, y cantan rodeados de fábricas y flores. Y los ancianos lentos que llevan una huella de zar sobre sus hombros, interrumpen el paso, por desplumar alegres su alta barba de estrella ante el fulgor que remoza su ocaso. Las chozas se convierten en casas de granito. El corazón se queda desnudo entre verdades. Y como una visión real de lo inaudito, brotan sobre la nada bandadas de ciudades. La juventud de Rusia se esgrime y se agiganta como un arma afilada por los rinocerontes. La metalurgia suena dichosa de garganta, y vibran los martillos de pie sobre los montes. Con las inagotables vacas de oro yacente que ordeñan los mineros de los montes Urales, Rusia edifica un mundo feliz y trasparente para los hombres llenos de impulsos fraternales. Hoy que contra mi patria clavan sus bayonetas legiones malparidas por una torpe entraña, los girasoles rusos, como ciegos planetas, hacen girar su rostro de rayos hacia España. Aquí está Rusia entera vestida de soldado, protegiendo a los niños que anhela la trilita de Italia y de Alemania bajo el sueño sagrado, y que del vientre mismo de la madre los quita. Dormitorios de niños españoles: zarpazos de inocencia que arrojan de Madrid, de Valencia, a Mussolini, a Hitler, los dos mariconazos, la vida que destruyen manchados de inocencia. Frágiles dormitorios al sol de la luz clara, sangrienta de repente y erizada de astillas. ¡Si tanto dormitorio deshecho se arrojara sobre las dos cabezas y las cuatro mejillas! Se arrojará, me advierte desde su tumba viva Lenin, con pie de mármol y voz de bronce quieto, mientras contempla inmóvil el agua constructiva que fluye en forma humana detrás de su esqueleto. Rusia y España, unidas como fuerzas hermanas, fuerza serán que cierre las fauces de la guerra. Y sólo se verá tractores y manzanas, panes y juventud sobre la tierra. Stalin Capitán de Nicolás Guillén "A la salud de Stalin" Picasso Stalin, Capitán, a quien Changó proteja y a quien resguarde Ochun A tu lado, cantando, los hombres libres van: el chino, que respira con pulmón de volcán, el negro, de ojos blancos y barbas de betún, el blanco, de ojos verdes y barbas de azafrán. Stalin, Capitán. Tiembla Europa en su mapa de piedra y de cartón. Mil siglos se desploman rodando sin contén. Cañón del Austro al Septentrión. Cabezas y cabezas cortadas a cercén. El mar arde lo mismo que un charco de alquitrán. Bocas que ayer cantaban a la Verdad y el Bien Hoy bajo cuatro metros de amargo sueño están… Stalin, Capitán. Pero el futuro afinca, levanta su ilusión allá en tu roja tierra donde es feliz el pan, y altos pechos armados de una misma canción las plumas de los buitres detienen, detendrán, allá en tu helado cielo de llama y explosión, Stalin, Capitán. El jarro de magnolias, el floreal corazón de Buda, despereza su extático ademán; gravita un continente sobre el Mar del Japón: rudo bloque de sangre de Siberia a Ceylán y de Esmirna a Cantón… Stalin, Capitán. Tambores africanos con resonante son sobre selva y desierto su vivo alerta dan, más fiero que el metal con que ruge el león; y alzando hasta el Pichincha la tormentosa sien América convoca su puma y su caimán, pero además engrasa su motor y su tren. Odio por dondequiera verá el ciego alemán la paloma, el avión, el pico del tucán, el zoológico río de vasta indignación, las flechas venenosas que en pleno blanco dan, y aun el viento, impulsando sus ruedas de ciclón… Stalin, Capitán, a quien Changó proteja y a quien resguarde Ochún… A tu lado, cantando, los hombres libres van: el chino, que respira con pulmón de volcán, el negro, de ojos blancos y barbas de betún, el blanco, de ojos verdes y barbas de azafrán… ¡Stalin, Capitán, los pueblos que despierten junto a ti marcharán! Redoble lento por la muerte de Stalin de Rafael Alberti I Por encima del mar, sobre las cordilleras, a través de los valles, los bosques y los ríos, por sobre los oasis y arenales desérticos, por sobre los callados horizontes sin límites y las deshabitadas regiones de las nieves va pasando la voz, nos va llegando tristemente la voz que nos lo anuncia. José Stalin ha muerto. A través de las calles y las plazas de los grandes poblados, por los anchos caminos generales y perdidos senderos, por sobre las atónitas aldeas, asombradas campiñas, planicies solitarias, subterráneos corredores mineros, olvidadas islas y golpeados litorales desnudos va pasando la voz, nos va llegando tristemente la voz que nos lo anuncia. José Stalin ha muerto. Va cruzando las horas oscuras de la noche, la madrugada, el día, los extensos crepúsculos, todo lo austral y nórdico que comprende la tierra, y no hay razas, no hay pueblos, no hay rincones, no hay partículas mínimas del mundo en donde no penetre la voz que va llegando, la voz que tristemente nos lo anuncia. José Stalin ha muerto. II (A dos voces) 1. Padre y maestro y camarada: quiero llorar, quiero cantar. Que el agua clara me ilumine, que tu alma clara me ilumine en esta noche en que te vas. 2. Se ha detenido un corazón. Se ha detenido un pensamiento. Un árbol grande se ha doblado. Un árbol grande se ha callado. Mas ya se escucha en el silencio. 1. Padre y maestro y camarada: solo parece que está el mar. Pero las olas se levantan, pero en las olas te levantas y riges ya en la inmensidad. 2. Cerró los ojos la firmeza, la hoja más limpia del acero. Sobre su tierra se ha dormido. Sobre la Tierra se ha dormido. Mas ya se yergue en el silencio. 1. Padre y maestro y camarada: vuela en lo oscuro un gavilán. Pero en tu barca una paloma, pero en tu mano una paloma se abre a los cielos de la paz. 2. Callan los yunques y martillos. el campo calla y calla el viento. Mudo su pueblo le da vela. Mudos sus pueblos le dan vela. Mas ya camina en el silencio. 1. Padre y maestro y camarada: fuertes nos dejas, Mariscal. como en las puntas de la estrella, como en las puntas de tu estrella arde en nosotros la unidad. 2. Vence el amor en este día. El odio ladra prisionero. La oscuridad cierra los brazos. La eternidad abre los brazos. Y escribe un nombre en el silencio. III No ha muerto Stalin. No has muerto. Que cada lágrima cante tu recuerdo. Que cada gemido cante tu recuerdo. Tu pueblo tiene tu forma, su voz tu viril acento. No has muerto. Hablan por ti sus talleres, el hombre y la mujer nuevos. No has muerto. Sus piedras llevan tu nombre, sus construcciones tu sueño. No has muerto. No hay mares donde no habites, ríos donde no estés dentro. No has muerto. Campos en donde tus manos abiertas no se hayan puesto. No has muerto. Cielos por donde no cruce como un sol tu pensamiento. No has muerto. No hay ciudad que no recuerde tu nombre cuando era fuego. No has muerto. Laureles de Stalingrado siempre dirán que no has muerto. No has muerto. Los niños en sus canciones te cantarán que no has muerto. Los niños pobres del mundo, que no has muerto. Y en las cárceles de España y en sus más perdidos pueblos dirán que no has muerto. Y los esclavos hundidos, los amarillos, los negros, los más olvidados tristes, los más rotos sin consuelo, dirán que no has muerto. La Tierra toda girando, que no has muerto. Lenin, junto a ti dormido, también dirá que no has muerto. Oda a Stalin por Pablor Neruda Camarada Stalin, yo estaba junto al mar en la Isla Negra, descansando de luchas y de viajes, cuando la noticia de tu muerte llegó como un golpe de océano. Fue primero el silencio, el estupor de las cosas, y luego llegó del mar una ola grande. De algas, metales y hombres, piedras, espuma y lágrimas estaba hecha esta ola. Pablo Neruda, militante comunista hasta su muerte De historia, espacio y tiempo recogió su materia y se elevó llorando sobre el mundo hasta que frente a mí vino a golpear la costa y derribó a mis puertas su mensaje de luto con un grito gigante como si de repente se quebrara la tierra. Era en 1914. En las fábricas se acumulaban basuras y dolores. Los ricos del nuevo siglo se repartían a dentelladas el petróleo y las islas, el cobre y los canales. Ni una sola bandera levantó sus colores sin las salpicaduras de la sangre. Desde Hong Kong a Chicago la policía buscaba documentos y ensayaba las ametralladoras en la carne del pueblo. Las marchas militares desde el alba mandaban soldaditos a morir. Frenético era el baile de los gringos en las boîtes de París llenas de humo. Se desangraba el hombre. Una lluvia de sangre caía del planeta, manchaba las estrellas. La muerte estrenó entonces armaduras de acero. El hambre en los caminos de Europa fue como un viento helado aventando hojas secas y quebrantando huesos. El otoño soplaba los harapos. La guerra había erizado los caminos. Olor a invierno y sangre emanaba de Europa como de un matadero abandonado. Mientras tanto los dueños del carbón, del hierro, del acero, del humo, de los bancos, del gas, del oro, de la harina, del salitre, del diario El Mercurio, los dueños de burdeles, los senadores norteamericanos, los filibusteros cargados de oro y sangre de todos los países, eran también los dueños de la Historia. Allí estaban sentados de frac, ocupadísimos en dispensar condecoraciones, en regalarse cheques a la entrada y robárselos a la salida, en regalarse acciones de la carnicería y repartirse a dentelladas trozos de pueblo y de geografía. Entonces con modesto vestido y gorra obrera, entró el viento, entró el viento del pueblo. Era Lenin. Cambió la tierra, el hombre, la vida. El aire libre revolucionario trastornó los papeles manchados. Nació una patria que no ha dejado de crecer. Es grande como el mundo, pero cabe hasta en el corazón del más pequeño trabajador de usina o de oficina, de agricultura o barco. Era la Unión Soviética. Junto a Lenin Stalin avanzaba y así, con blusa blanca, con gorra gris de obrero, Stalin, con su paso tranquilo, entró en la Historia acompañado de Lenin y del viento. Stalin desde entonces fue construyendo. Todo hacía falta. Lenin recibió de los zares telarañas y harapos. Lenin dejó una herencia de patria libre y ancha. Stalin la pobló con escuelas y harina, imprentas y manzanas. Stalin desde el Volga hasta la nieve del Norte inaccesible puso su mano y en su mano un hombre comenzó a construir. Las ciudades nacieron. Los desiertos cantaron por primera vez con la voz del agua. Los minerales acudieron, salieron de sus sueños oscuros, se levantaron, se hicieron rieles, ruedas, locomotoras, hilos que llevaron las sílabas eléctricas por toda la extensión y la distancia. Stalin construía. Nacieron de sus manos cereales, tractores, enseñanzas, caminos, y él allí, sencillo como tú y como yo, si tú y yo consiguiéramos ser sencillos como él. Pero lo aprenderemos. Su sencillez y su sabiduría, su estructura de bondadoso pan y de acero inflexible nos ayuda a ser hombres cada día, cada día nos ayuda a ser hombres. ¡Ser hombres! ¡Es ésta la ley staliniana! Ser comunista es difícil. Hay que aprender a serlo. Ser hombres comunistas es aún más difícil, y hay que aprender de Stalin su intensidad serena, su claridad concreta, su desprecio al oropel vacío, a la hueca abstracción editorial. Él fue directamente desentrañando el nudo y mostrando la recta claridad de la línea, entrando en los problemas sin las frases que ocultan el vacío, derecho al centro débil que en nuestra lucha rectificaremos podando los follajes y mostrando el designio de los frutos. Stalin es el mediodía, la madurez del hombre y de los pueblos. En la guerra lo vieron las ciudades quebradas extraer del escombro la esperanza, refundirla de nuevo, hacerla acero, y atacar con sus rayos destruyendo la fortificación de las tinieblas. Pero también ayudó a los manzanos de Siberia a dar sus frutas bajo la tormenta. Enseñó a todos a crecer, a crecer, a plantas y metales, a criaturas y ríos les enseñó a crecer, a dar frutos y fuego. Les enseñó la Paz y así detuvo con su pecho extendido los lobos de la guerra. Frente al mar de la Isla Negra, en la mañana, icé a media asta la bandera de Chile. Estaba solitaria la costa y una niebla de plata se mezclaba a la espuma solemne del océano. A mitad de su mástil, en el campo de azul, la estrella solitaria de mi patria parecía una lágrima entre el cielo y la tierra. Pasó un hombre del pueblo, saludó comprendiendo, y se sacó el sombrero. Vino un muchacho y me estrechó la mano. Más tarde el pescador de erizos, el viejo buzo y poeta, Gonzalito, se acercó a acompañarme bajo la bandera. «Era más sabio que todos los hombres juntos», me dijo mirando el mar con sus viejos ojos, con los viejos ojos del pueblo. Y luego por largo rato no dijimos nada. Una ola estremeció las piedras de la orilla. «Pero Malenkov ahora continuará su obra», prosiguió levantándose el pobre pescador de chaqueta raída. Yo lo miré sorprendido pensando: ¿Cómo, cómo lo sabe? ¿De dónde, en esta costa solitaria? Y comprendí que el mar se lo había enseñado. Y allí velamos juntos, un poeta, un pescador y el mar al Capitán lejano que al entrar en la muerte dejó a todos los pueblos, como herencia, su vidas

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